Llamamiento a la sensatez
Me gustaría que cerraras los ojos para pensar en una imagen que asocies con la palabra EXTINCIÓN.
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Tic
Tac
¿Osos polares famélicos? ¿Estómagos de animales marinos llenos de plástico? ¿Zombies caminando por la calle a causa de una pandemia mundial? ¿Manada de patitos de goma navegando por el mar?
Ahora, te invito a hacer lo mismo, pero esta vez en lugar de una imagen asociamos la palabra extinción a una emoción.
Una de las imágenes que me vienen a mí a la cabeza es la de las migraciones humanas. Sin salida o sin llegada. Y la emoción que me envuelve es la tristeza. También me inquieta un pequeño conflicto entre la esperanza natural que me caracteriza y su choque frontal con mi actual desconfianza en la especie humana.
Neardentales, Homo sapiens y anti-Homo
El otro día escuché al científico social Manuel Castells (actual Ministro de Universidades del Gobierno de España), hablar sobre la evolución del Homo Sapiens hacia al Homo digitalis y me puse a investigar.
La pregunta de partida sería: antes de esta evolución, ¿qué pasó para que nos consolidáramos como especie?
Resulta que la extinción de los neardentales y la supervivencia del Homo sapiens fue determinada por la capacidad de estos últimos de desarrollar habilidades sociales, claves para sobrevivir en el entorno hostil de nuestros antepasados.
Por lo tanto, somos seres sociales. Unos más que otros, obvio.
Esto significa que la relación entre las personas que forman parte de una sociedad es vital. Es decir: fundamental para el desarrollo de la vida.
Entonces, la clave de la supervivencia de nuestra especie se encuentra en nuestras relaciones. En la dimensión que sea: familia, amistades y entorno natural. En el contexto profesional, de ocio, de consumo, de comercio, de servicios, de unidad territorial o geopolítica. Tanto en el marco nacional como internacional. Osea: allá donde nos desenvolvemos.
Como no soy filósofa, socióloga ni antropóloga, no voy a profundizar dentro de un campo tan especializado que admiro mucho. Sin embargo, me gustaría compartir una reflexión que lleva días acompañándome.
Últimamente estamos siendo testigos de un montón de acontecimientos que están poniendo en jaque a la especie humana. No hace falta tener estudios superiores para comprender que somos responsables de un montón de causas que se relacionan con este hecho.
Hablo de causas objetivas y efectos contrastados. Del tipo:
“si consumo mucho café, me acelero”; “si le haces caso a tu madre y te llevas la rebeca, no pasas frío y se lo agradeces a ella”; “si se deterioran los hábitats naturales, perdemos la biodiversidad animal y vegetal que vive en ellos”; “si sigues jugando con fuego, te quemas”.
Estas evidencias no hace falta que nadie te diga que son científicas, son de sentido común.
Entonces, ¿por qué nos resistimos tanto a compartir? ¿Por qué nos preocupa tanto cualquier sentimiento colectivo que se salga del fútbol o de la queja, que también es un deporte nacional?
¿Por qué de repente tengo que cuidar los entornos en donde hablo de lo común como si esto fuera propiedad de una ideología política?
El sentido común, la compasión, la sensatez y el bien común son universales. Que nadie nos engañe.
Al final, quizás, todo estaría mal formulado desde el principio. Y a lo que estaríamos asistiendo no sería a la extinción de la especie humana. Sino a la extinción de su razón.
¿Tú qué opinas?
Imagen: Darovi Elizondo
Editado por última vez: 14.04.2022